miércoles, 19 de junio de 2013

Mandarina cuántica


 

Ángeles cuánticos
Cánticos cuánticos.

 

Me da risa cuando

elevas tu oración al cielo.

 

Me escurro y ellos me observan.

 

Son rojos y cuando los miro son celestiales.

 

Me miran y no los comprendo.

 

Me llevan una sinfonía de distancia,

y se ríen cuando los quiero retratar.

 

Son rojos y azules al mismo tiempo.

Me enervan,

porque nunca los comprendo, como no comprendo

tampoco a mis peces japoneses.

 

 

Los ángeles son peces,

los ángeles son cuánticos.

 

Se pasean entre gotas de lluvia,

y por los espejos, claro.

También en las estaciones cargadas de miseria

y en los últimos instantes de un orgasmo.

 

Se mueren de risa,

se mueren de tanto

poder que tienen:

endiablados ángeles.

 

No son de aquí, ni son de allá…

Y me tienen cansado con su polvo

de neutrinos,  neutrones

y materia oscura.

 

Oscuros ángeles cuánticos,

menos que un espíritu de muerto

y más que una oración perdida

a tantos dioses que no escuchan.

 

Son los mensajeros improbables de tantas

invocaciones

estériles.

 

Escuchan, sí, pero se van,

muy cínicos, en un revuelo

cósmico.

 

Se van a otras latitudes y están al mismo tiempo aquí…

Y allá,

Y allá,

Y allá…

 

Son eternos y acaban de nacer.

Son planeta y detalle de segundo.

 

No los has visto, pero están todo el tiempo

guiñando el largo y sinuoso

misterio de todas tus preguntas.

 

Ah, se encuentran retratados

en algunas fotografías antiguas,

en daguerrotipos, solo en algunos.


Los puedes ver por segundos

En la mirada inquieta de un escéptico

incauto.