El nacimiento de Golás fue simple: salió de una semilla.
Golás era pequeño y verde. Sus cinco ojitos negros y brillantes querían descubrirlo todo. Tenía dos alas. Sabía que había nacido para volar, pero estaba ahí, sujeto a la tierra por ese tallo fuerte y peludo.
Cuando nació, todos saltaron de la cama porque pensaron que se trataba de un temblor. El día en que nació la tierra comenzó a sacudirse y derribó cuatro postes de luz y dos árboles. Nadie perdió la vida, pero el susto dio de qué hablar a muchos durante varios días.
Los vecinos del jardín: flores silvestres, helechos, rosales, arbustos, y un pino alto y presumido, lo miraban con asombro y, hay que decirlo, también con desagrado. ¬-¿Será una mala hierba?, ¿será una planta carnívora? -Murmuraban.
El pino alto y presumido habló a todos con voz desagradable: -¡Seguramente se trata de una planta peligrosa y acabará con nosotros si no tomamos serias medidas para protegernos!... ¿Se han puesto a pensar en quién es el verdadero culpable del temblor de esta mañana?
Golás se estremeció: supuso que la tierra se había enojado porque él había nacido. Ignoraba que la tierra tiembla por motivos muy personales.
¿No tienes nada que decirnos, planta malvada? -. Le dijo el pino presumido al cabizbajo Golás.- ¿Tú hiciste que la tierra temblara, no es así? -Insistió el presumido-.
Todos miraron con atención al extraño insecto que aleteaba pegado a la tierra del jardín.
Esperaban tal vez una explicación, alguna disculpa... Sin embargo, también tenían miedo de que fuera cierto y esa "planta maligna" les hiciera daño.
No soy una planta, soy un insecto volador y dentro de algunos días deberé alejarme de aquí.
-Dijo suavemente Golás.- Miró con valentía a todos con cada uno de sus cinco ojitos negros y brillantes, y agregó.
-Veré lo que ninguno de ustedes podrá nunca imaginar: todo lo que existe más allá de este jardín.
Hubo un largo silencio. El pino presumido quería seguir molestando a Golás, pero estaba confundido. Trataba de explicarse cómo podía nacer un insecto de una semilla. Si las plantas brotan de la tierra, y casi todos los insectos nacen de un pequeño huevo.
Como además de presumido, el pino era muy tonto, no supo ya qué más decir, y fingió que tenía mucho sueño. Y fingió tan bien que se quedó dormido, al igual que la mayoría de los habitantes del jardín.
El tiempo pareció detenerse. A lo lejos se escuchaban los ruidos nocturnos de coches que pasaban. Un avión, una ambulancia o el sonido bajito de algún radio de uno de los tantos humanos que no pueden dormir...
Lentamente se abrió la puerta principal de esa vieja casa de la Gran Ciudad. Gabriel, el más pequeño de la familia G., salió, linterna en mano, a cazar insectos.
-Qué tarea tan tonta. -Pensó Gabriel. -¿A quién se le ocurre que pueda haber insectos interesantes en este país? Si aquí nada más hay moscas y hormigas... En fin, espero que encuentre algún bicho encantador…
Dijo la maestra que debajo de las piedras se esconden muchos. A ver...
Gabriel quería meter en su limpísimo frasco un verdadero hallazgo para la ciencia moderna. Sin embargo, hasta el momento sólo había encontrado cuatro cochinillas y había pisado a un pobre y maloliente pinacate. No quiso comenzar su colección con esa despistada lombriz de tierra porque no estaba seguro de que fuera un insecto. En todo caso: ¿cuáles eran insectos y cuáles no? ¿Los grillos eran insectos? ¿Y las arañas?... Después preguntaría.
Apagó su linterna y luego la prendió repentinamente para sorprender a algún bicho somnoliento y alcanzó a ver el aleteo de un insecto que no lograba dormir.
-¡Qué tal!... Una mariposa. ¡Una mariposa verde! Apuesto que es única y en peligro de extinción... Pero no. No es una mariposa. Parece una... ¿flor? Tiene tallo. Tiene un tallo peludo… ¿Qué será?... Me lo voy a llevar sea lo que sea. Además, no creo que nadie lleve algo semejante a la escuela. No, nunca. -Y arrancó a Golás.
Atrapado en el frasco, Golás lastimaba sus alitas al tratar de escapar de su prisión de vidrio. Al darse cuenta de que sus esfuerzos eran inútiles, decidió hablar con el humano:
-Déjame salir. -Le dijo-. Si no lo haces, me voy a morir.
Gabriel tuvo miedo, escuchó una vocecita inimaginable, suavecita, aguda, DESESPERADA. Quitó con su bondad de niño la tapa, y el insecto se alejó volando hasta perderse en la oscuridad.
Sentado en la banca del jardín de la casa de sus padres, Gabriel trataba de entender qué había pasado. ¿Fue solamente su imaginación, o de verdad, ese extraño bicho le había hablado?...
Mientras pensaba todo esto, miró por primera vez, realmente observó a las plantas, a los árboles de su jardín, y tuvo un sentimiento muy extraño: Nada de lo que veía le parecía raro: ni el pino, ni las rosas, ni siquiera los helechos. Y sin embargo... ese pequeño ser, que confundió con una mariposa, ¿qué habría sido?...
Todo esto pensaba Gabriel cuando, súbitamente, volvió a escuchar la extrañísima voz de Golás:
-No te preocupes, niño. Muchas veces te vas a encontrar con cosas que quizá no entiendas, que tal vez nadie comprenda, pero que tienen una razón para existir.
Yo soy Golás, eso es todo. Desde hace algunos años los que son como yo hemos nacido así, de una semilla. Luego nos alimenta la tierra, el agua y el sol. Tú me arrancaste antes de tiempo y ahora necesito de tu ayuda. Plántame de nuevo y dame agua por la noche. Te pido que esperes a que crezca fuerte y seguro para después dejar que me vaya. Dentro de algunos meses buscaré un volcán muy alto y con grandes fumarolas. Ahí encontraré la fuerza necesaria. Tiempo después llegaré a un jardín, muy parecido al de tu casa, y pondré una semilla en la tierra húmeda. Otro como yo vendrá a continuar nuestra especie, la especie de los Golás, si así la quieres llamar. Dentro de mucho tiempo seremos muy comunes. Nacerán de la tierra insectos verdes voladores. Los Golás serán tan familiares como lo son ahora los pinos y las flores, los escarabajos o las moscas. Gracias. Tú sabrás ayudarnos: la especie de los Golás seguirá viviendo.
Gabriel plantó a Golás en una maceta que encontró y la puso junto a la ventana de su cuarto. Se miraron como lo hacen los nuevos amigos. Muy pronto deberían despedirse, pero nunca se olvidarían.
"Golás" 2da versión
Golás
Nadie en el jardín sabía qué era exactamente Golás. Había brotado de una semilla, eso sí, pero no se parecía a nada que hubieran visto. Era pequeño y de un verde brillante, con un tallo fuerte y ligeramente peludo que lo anclaba a la tierra. Pero donde debería haber una flor, había un par de alas delicadas y cinco ojitos negros que parpadeaban con una curiosidad infinita.
Su presencia no tardó en causar revuelo.
—¿Vieron eso? —cuchicheó una rosa a su compañera—. Tiene tallo, pero agita las alas. ¡Qué indecencia!
—A mí me da miedo —tembló un helecho—. ¿Y si es una de esas plantas carnívoras que te comen sin preguntar?
Don Pino, el árbol más alto y presumido del jardín, carraspeó para llamar la atención de todos. Su voz sonaba como madera vieja y crujiente.
—¡Silencio! Es obvio lo que tenemos aquí —declaró con falsa seguridad—. Se trata de una "planta-plaga voladora". Una especie invasora muy peligrosa. Seguramente se alimenta de la savia de las flores nobles y asusta a los helechos decentes.
Golás se encogió. Sabía que había nacido para volar, no para ser juzgado por un pino gruñón.
—Oye tú, cosa rara —insistió Don Pino—. ¿No tienes nada que decir en tu defensa?
Todos se quedaron mirando. Golás desplegó sus alitas, que emitieron un suave zumbido.
—No soy una planta —dijo con una voz que sonaba como el roce de las hojas—. Soy un insecto volador. Y pronto, me iré de aquí para ver el mundo que hay más allá de esta reja.
Hubo un silencio desconcertado. Don Pino, que se enorgullecía de saberlo todo, no lograba procesar la idea de un insecto naciendo de una semilla. Era ilógico. Como era demasiado orgulloso para admitir su confusión, fingió un bostezo enorme.
—Bah, qué aburrimiento. Me voy a dormir.
Y para su sorpresa, se quedó dormido de verdad, contagiando su sueño a casi todo el jardín.
Esa misma noche, la puerta de la casa se abrió con un chirrido. Gabriel, el más pequeño de la familia, salió con una linterna y un frasco de vidrio.
"La peor tarea del mundo", pensó. "Cazar insectos para la clase de ciencias". Rebuscó bajo unas piedras, encontrando solo cochinillas y una despistada lombriz que no sabía si contaba como insecto. "¿Las arañas cuentan? ¿Y los grillos?". Ya le preguntaría a la maestra.
Decepcionado, apagó la linterna y se sentó en el pasto. Al volverla a encender de golpe para sorprender a algún bicho nocturno, un destello verde capturó su atención. Ahí, quieto en su tallo, estaba Golás.
—¡Wow! —susurró Gabriel—. ¿Una flor que parece mariposa? ¿O una mariposa con tallo? ¡Esto sí que es un hallazgo!
Sin pensarlo dos veces, lo arrancó de la tierra. ¡Zas!
Atrapado en el frasco, Golás golpeaba el vidrio con sus frágiles alas. El pánico lo invadió. Gabriel, al ver su desesperación, sintió una punzada de culpa. Acercó el frasco a su oído y escuchó algo que lo heló. Una vocecita inimaginable, aguda y desesperada.
—Me... ahogo... mis alas...
El corazón de Gabriel dio un vuelco. Con manos temblorosas, quitó la tapa. Golás salió volando, pero su vuelo era torpe y débil. Dio un par de vueltas erráticas en el aire y cayó suavemente sobre una hoja de rosal, temblando.
No se fue volando hacia la oscuridad. Se quedó ahí, agotado.
Gabriel lo observó, confundido. ¿Por qué no escapaba? Entonces, su mirada se fijó en el pequeño extremo del tallo, roto y con restos de tierra. Comprendió de golpe, con esa lógica clara que a veces solo tienen los niños.
—Tenías un tallo... estabas plantado... y yo te arranqué.
Con el cuidado de un cirujano, Gabriel tomó a Golás. Buscó una maceta vacía en el porche, la llenó con tierra húmeda y volvió a plantar a la extraña criatura. Le echó unas gotitas de agua de la regadera de su mamá.
Golás dejó de temblar. Ajustó sus alas y miró a Gabriel con sus cinco ojitos brillantes. No dijo nada más, pero el niño sintió una oleada de gratitud, una calidez que le recorrió el cuerpo.
Gabriel llevó la maceta a la ventana de su cuarto. Se miraron como lo hacen los nuevos amigos, compartiendo un secreto increíble. Sabía que muy pronto tendrían que despedirse, cuando las alas de Golás estuvieran listas para el largo viaje que le esperaba. Pero estaba seguro de una cosa: nunca, jamás, se olvidarían.