DESIERTO DE LOS LEONES
Recorro las ermitas mutiladas,
las capillas de vahos y lamentos musgos.
El aire se confunde y me entretengo en poseer
la visión de los que vienen:
soy de ellos, somos nosotros,
carmelitas desnudos.
Levitamos.
Monje de ayunos, de cilicios,
tu sola mano me lleva, a mí,
discípulo sin fe,
por líneas curvas,
jardines, techos, campanario:
barco en ruinas.
Es la primera batalla del viento,
en mar remoto,
y gana Bruma.
Sobre la bóveda arenosa de la ermita:
el caracol marino, la estrella, el pez:
Desprevenidos todos.
―Detrás de los manglares turquesa se oculta
Satanás,
me dice el monje.
―Soy Ehécatl, me dice un soplo:
presagio mil aires;
soy pájaro cáncer,
temblor de templos.
Los monjes me miran con sus ojos rotos.
Perforación de un cráneo,
el mío:
no soy,
no,
no soy de ellos.
Convento precipicio,
no despierto.
Me sale en fosa-menta el alma.
El agua en este mar convento es un brebaje anfibio.
Monje espurio, tampoco soy azteca.
Con venas saladas, me mareo.
Tras súbito vuelco, sin espanto,
crepito en ola
y casi no distingo
a los monjes sin sus anclas y sus vergas,
sin sus mástiles,
sus velas.
No acudirán al arribo de los dioses del oriente,
o dios,
ni yo tampoco.
Cuando alcanzo a vigilar las carabelas humo,
los follajes luz, gris perla,
miro pared, tapiz, lámpara,
y ese no soy
ya no
no lo aseguro.
Benjamín Gavarre