Si
el oro llegara y se olvidara
de
tanto compromiso…
Si
la paz, un harpa, sonara como un ave quetzal…
Si
la hora del quetzal fuera una mentira…
Si
el quetzal y el oro fueran jaulas magníficas,
de
oro,
y
no las viera…
Si
por acaso el oro que reluce en el pasto
Yo
lo viera…
Si
acaso el oro fuera de quetzal
y
el Sabio no supiera
Matemáticas…
Si
todos los ingredientes
del
conjuro antiguo
no
alcanzaran el agua limpia y sagrada…
Entonces,
dime tú, ¿qué haría
con
mis deseos de laberintos de jade,
con
mis ansias de volar como un quetzal,
con
mis rumbos que no pueden alcanzar el límite
ni
menos todavía
el
distante Misterio,
ni
menos aún el primigenio Olvido,
ni
tampoco al sólido estanque de preguntas
en
el que te veo tratando de encontrar un vuelo en moto a un país distante,
lleno
de playas y sabores inocentes?
Si
de mi sombra sola naciera una pregunta que
agitara
las aguas y me diera
una
certeza para abrazarte y un beso para envolverte
en
mi amor infinito.
Si
mi amor infinito fuera quetzal de oro, copa de ámbar, jarro de flores,
copa
inicial…
Entonces
yo tomaría una ruta cercana al universo
limpio:
aquél que no ha sido tocado por la sombra
y te daría una cauda de elefantes iniciales,
un quetzal de obsidiana,
y
un instrumento musical tan raro que solo tú podrías tocar
cuando
tuvieras esa rara sonrisa de
tristeza
en el sofá.