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lunes, 21 de julio de 2014

Bonsai





Si el oro llegara y  se olvidara
de tanto compromiso…

Si la paz, un harpa, sonara como un ave quetzal…

Si la hora del quetzal fuera una mentira…

Si el quetzal y el oro fueran jaulas magníficas,
de oro,
y no las viera…

Si por acaso el oro que reluce en el pasto
Yo  lo viera…

Si acaso el oro fuera de quetzal
y el Sabio no supiera
Matemáticas…

Si todos los ingredientes
del conjuro antiguo
no alcanzaran el agua limpia y sagrada…

Entonces, dime tú, ¿qué haría
con mis deseos de laberintos de jade,
con mis ansias de volar como un quetzal,
con mis rumbos que no pueden alcanzar el límite
ni menos todavía
el distante Misterio,
ni menos aún el primigenio Olvido,
ni tampoco al sólido estanque de preguntas
en el que te veo tratando de encontrar un vuelo en moto a un país distante,
lleno de playas y sabores inocentes?

Si de mi sombra sola naciera una pregunta que
agitara las aguas  y me diera
una certeza para abrazarte y un beso para envolverte
en mi amor infinito.

Si mi amor infinito fuera quetzal de oro, copa de ámbar, jarro de flores,
copa inicial…

Entonces yo tomaría una ruta cercana al universo
limpio: aquél que no ha sido tocado por la sombra
 y te daría una cauda de elefantes iniciales,
 un quetzal de obsidiana,
y un instrumento musical tan raro que solo tú podrías tocar
cuando tuvieras esa rara sonrisa de
tristeza en el sofá.