martes, 19 de marzo de 2013

Colibrí


Estar al mismo tiempo aquí y en todos lados.

Voltear la vista y descubrir que sigo siendo yo.

 

El mismo instante es diverso y tú me dices...

Tú me dices una vez más que no sabes qué ponerte.

O me preguntas si te ves bien y yo te digo:

Claro, como siempre.


Estar al mismo tiempo aquí o por la noche.

Aunque la noche sea de día o de tarde y me despierte por la madrugada o por la tarde y no sepa si es la mañana o la tarde de tantas horas que no sé para dónde van pero es la misma tarde o la misma mañana o las mismas horas en que tengo que darme prisa para llegar a donde siempre se me hace tarde y pasan cosas.


Pasan cosas diversas en estas horas de aquí, de allá de todos lados.

Pasan horas que son reportadas inmediatamente
por  los medios que no escucho.

Pasan tiempos inmensos entre el sol y la noche que estamos decididos a iluminar con luz eléctrica.

Pasan horas y las horas me piensan me levantan me inclinan a momentos de grandiosas salidas a espacios propios, a lugares míos, a momentos que creo para mí, para gozarlos y olvidarlos minuciosamente mientras me esfuerzo en tratar de recuperarlos y mantenerlos como si fueran tiempos reales.

Tiempos en que el ruido es sometido a fuertes dosis
de indiferencia sostenida.

Tiempos en que esperaría que los ruidos se fueran, pero están ahí y lo más fácil es callarlos con la indiferencia.

Los tiempos son míos y son de todos pero nadie se hace cargo, como nadie se hace cargo de lavar el mundo, de lavar el mar, de lavar el universo que todo los días amanece con la misma cara reluciente en espera de ser puro universo.

Son tiempos muy ruidosos, no son tiempos medievales.

La luz eléctrica lo inunda todo.

La basura se mueve a ingentes botes que ignoramos.

El espíritu se mueve a pesar de tanto ruido y de basura.

Yo me sueño en una paz inmejorable.

Yo desaparezco unos instantes, unas horas, pero bastarían unos meses de locura quieta, de voces apagadas, de electricidad  callada para que pudiera observar de nuevo la luz de una vela en la oscuridad que nos llama, nos invita a disfrutar de una respiración pausada. Un goce por estar entre  el oxígeno y la paz. Sin más deseo que mirar la luz, el aire que se detiene en el vuelo tenaz del colibrí, en el rojo quieto de un parpadeo lento, simple, interminable.